domingo, 12 de octubre de 2008

El Génesis y el origen del universo y de la vida.

Agradezco la revisión de estas líneas al p. Antonio Mª Doménech mCR.

La “nueva” ciencia.

Últimamente, en alguna prensa española, se viene repitiendo que las teorías científicas que dan como cierto el origen creado del universo y de la vida, lo que en general conocemos como “creacionismo”, son una moda venida de fuera que se está instalando hoy en España. Eso no es cierto y tal coincidencia en la divulgación de semejante mentira no puede deberse más que a una campaña malintencionada que quiere presentar a los defensores del creacionismo como a unos reaccionarios frente a la idea “innovadora” que sería el evolucionismo. La realidad es totalmente contraria.

Podríamos extendernos sobre este extremo, pero sería desperdiciar esfuerzo y tiempo en desmentir una mentira tan grosera. Por eso, sólo recordaré que el cuestionario oficial de la asignatura de Biología del bachillerato, durante ¡la dictadura de Primo de Rivera! incluía, entre otros, el tema “creacionismo y evolucionismo”; estamos hablando de 1928. No pueden alegar los que dicen ignorar esta circunstancia, que al ser una cuestión técnica esto del evolucionismo naciente fuera un asunto exclusivo de los ámbitos académicos; hasta tal punto fue un tema presente en la cultura española, que se cita en lugares como la popular obra de Benito Pérez Galdós, “Fortunata y Jacinta”[1]. Pretender hoy que eso del “creacionismo” es una novedad en España, es abusar del caos cultural que aquella misma prensa lleva lustros ayudando a crear.

Si repasamos la historia, observaremos que la investigación científica nunca ha pretendido evadirse del concepto de Dios. De hecho, no es asunto de la ciencia empírica tratar sobre la existencia de Dios, que es tema de otras ciencias. Por eso Dios siempre ha tenido cabida en el ámbito de la ciencia, nunca ha molestado. De hecho, si Dios es la Verdad, mal podría molestar a una ciencia que busca, como último fin, la Verdad[2].

Pero esa pacífica y razonable actitud intelectual se quebró en el momento en que Darwin y sus seguidores trataron de imponer a martillazos – sin ninguna base científica pero con una fuerte presión mediática - la teoría evolucionista y, sobre todo, utilizaron el evolucionismo como instrumento de militancia atea, sin que realmente hubiera razones para ello[3]. De hecho en España, la discusión primera entre “creacionismo” y “evolucionismo” no fue académica, sino el enfrentamiento entre católicos y anticatólicos; la teoría evolucionista fue una mera excusa, otra arma arrojadiza contra la Religión por parte de unos “científicos” evolucionistas que no investigaron sobre evolucionismo, sino que tan sólo utilizaron esa teoría en su versión más panfletaria para atacar la idea de Dios. No hay en todo ese tiempo obras españolas de relevancia científica sobre el evolucionismo, aunque sí mucho refrito politizado[4].

El evolucionismo se vio pues enseguida instrumentalizado en la lucha política como arma de la izquierda, siendo utilizado con mala fe en lugar de ser discutido con objetividad como motivo científico. No podía ser de otra forma pues las especulaciones de Darwin sobre la evolución eran de género intuitivo, no científico y por lo tanto eran – y son - muy vulnerables a la crítica científica. Darwin no elaboró una teoría científica, sino que planeó unas hipótesis que se vieron totalmente desbordadas desde el principio – como él mismo reconocía – por los registros fósiles. Años después, cuando el sacerdote agustino Mendel fijó las bases de la moderna genética, las especulaciones de Darwin se sumieron en el más profundo caos, por ir en contra de las leyes de la herencia. La presión mediática mantuvo, con algunos retoques, los criterios de Darwin en la palestra, llegando a nuestros días como un esperpento insostenible que sorprendentemente algunos científicos y muchos periodistas y divulgadores defienden, aunque con poca convicción y menos argumentos.

A ese planteamiento populista y dogmático – muy apoyado por los ambientes intelectuales y mediáticos materialistas - se debe su fulgurante éxito en las aulas y en la sociedad y, a la vez y como consecuencia, su escasa consistencia teórica en relación con lo que podría esperarse de una teoría – siempre hablamos de una teoría - con tanta popularidad. En 1860 Carlos Marx escribió a su colaborador Federico Engels, en relación a la aparición de la obra de Darwin The origin of species[5]: “…este es el libro que contiene el fundamento histórico natural de nuestros puntos de vista…”[6]. El mismo Marx, en una carta a Lassalle, le dice: “… La obra de Darwin es más importante, y sirve a mi propósito en cuanto ofrece una base, desde la ciencia natural, a la histórica lucha de clases. Uno, sin embargo, debe tener en cuenta esa pesada forma inglesa de argumentar. A pesar de todas las deficiencias, aquí encontramos, por primera vez, que la teleología [7] en la ciencia natural no sólo ha recibido un golpe mortal, sino que tiene un significado racional que se puede explicar empíricamente…”[8]. En su euforia utilitarista, su mala fe y su evidente falta de escrúpulos, Marx se equivocaba de bulto. Por lo demás, sobran las palabras.

Pasada la primera fiebre evolucionista-iconoclasta, parecía que las cosas se habían calmado y vuelto a su ámbito académico. A lo largo de muchos años la ciencia española siguió investigando y progresando sin necesidad de enfrentar ciencia y Dios y menos en la arena de la calle. Nuestros más insignes científicos han visto la mano de Dios en la creación[9] o se han mantenido en discreto silencio al respecto[10]. Pero ahora, una prensa española moralmente sobornada e intelectualmente mediocre quiere reavivar el rancio argumento de la izquierda dieciochesca, planteándonos que en la nueva ciencia no cabe Dios, que el universo se explica por sí solo, que el hombre es un mono evolucionado y por lo tanto carece de la dignidad que merece desde su concepción y que, en consecuencia, los monos deben gozar de los mismos derechos que el hombre… esos periodistas que confunden “andó” con “anduvo”, nos quieren explicar lo que dice la ciencia.

Para finalizar esta previa, no puedo dejar de incidir en las malas artes de los manipuladores de la teoría evolucionista que, como veíamos más arriba, ha sido utilizada por muchos como un arma arrojadiza contra la Religión. Tal sería la situación creada por la actitud agresiva de quienes pretendían imponer evolución materialista, y humo para ocultar sus deficiencias, que así advertía sobre la perversa manipulación de la teoría evolucionista – la evolución planteada adecuadamente, de documentarse algún día, no tendría porqué ser atea - la explícita instrucción de Su Santidad Pío XII; “…sabemos también que tales nuevas opiniones [evolucionismo ateo y otras que cita en la Encíclica] hacen su presa entre los incautos, y por lo mismo preferimos poner remedio en los comienzos, más bien que suministrar una medicina, cuando la enfermedad esté ya demasiado inveterada. Por lo cual, después de meditarlo y considerarlo largamente delante del Señor, para no faltar a nuestro sagrado deber, mandamos a los obispos y a los superiores generales de las órdenes y congregaciones religiosas, cargando gravísimamente sus consecuencias, que con la mayor diligencia procuren el que ni en las clases, ni en reuniones o conferencias, ni con escritos de ningún género se expongan tales opiniones, en modo alguno, ni a los clérigos ni a los fieles cristianos…”[11].

El Génesis.

El primero de los libros que forman la Biblia, es el Génesis. A los efectos que nos interesan en esta nota, el Génesis narra la creación por Dios del universo y de la vida, y también del hombre[12]. Las tradición cita a Moisés como su autor[13], lo que sitúa el origen de este libro alrededor del s. XV a. J.C., aunque el texto, naturalmente, estaría escrito posteriormente recogiendo la tradición oral recibida de Moisés.

Como libro integrado en la Biblia, el Génesis fue escrito inspirado por Dios[14]. Su lectura puede ofrecer dudas que podemos interpretar a la luz de nuestra razón[15] o buscando su sentido – dónde dudemos o no lleguemos - en el Magisterio de la Iglesia. Las interpretaciones personales o atolondradas de los textos bíblicos conducen a caminos sin salida y a verdaderos absurdos.

Para el creyente aquí debería empezar y acabar lo que se refiere al Génesis en cuando a su credibilidad, que es toda, puesto que se trata de un libro inspirado por Dios. Esto supone que ese texto carece de cualquier intención perversa y engañosa que nos pudiera alejar de la Verdad. Su interpretación es evidente en algunos puntos y en otros precisa de la orientación del Magisterio de la Iglesia. El creyente debe realizar la lectura del Génesis, como la del resto de las Sagradas Escrituras, encomendándose para que “…no me engañe yo en ellas, ni engañe a nadie con ellas....”[16].

Pero el no creyente, que muchas veces sólo conoce el Génesis por malas referencias o por su lectura sesgada y parcial, puede ver en él una fantasía o un contenido disparatado. No es así. Es cierto que la fe es un requisito para el provecho espiritual de su lectura, pero el contenido “técnico” del Génesis no es disparatado si lo contemplamos a la luz de las más modernas teorías científicas sobre el origen del universo y de la vida o, dicho con rigor cronológico, las más modernas teorías científicas verifican el fondo de la narración del Génesis; la persona que lea el Génesis con escepticismo pero con el corazón y la mente abiertas, se sorprenderá de la descripción coherente que hace de la creación del universo y de la vida, y se sorprenderá aún más al ver que su argumento de fondo es el mismo al que han llegado las más modernas teorías sobre el origen del cosmos, a pesar de que el Génesis tiene más de ¡tres mil quinientos años de antigüedad! y que fuera su autor el líder de un inculto pueblo nómada. La circunstancia es demasiado sorprendente como para que resulte simplemente anecdótica.

Los conocimiento actuales de la ciencia sobre el origen del universo y sobre la vida, son absolutamente compatibles con lo expuesto en el Génesis, como no podría dejar de ser. Es decir, que el Génesis describe con coherencia la creación del mundo y su exposición sobre la creación del hombre es compatible con una teoría de la evolución. No pretendo decir que el Génesis sea un libro de ciencias naturales, pues hemos de tener claro que “…la interpretación cristiana del Antiguo Testamento es… una interpretación teológica, pero al mismo tiempo plenamente histórica”[17], pero me tomo la licencia de intentar explicarlo como tal, para aquellos que no posean la gracia de la fe.

El origen del universo.

La narración del Génesis es poética [18] y utiliza expresiones que tienen intención pedagógica, sin que su sentido tenga que ser literal; no tienen porqué ser días naturales los seis días de la creación, aunque sí lo creado y su sucesión. También está sujeta a recursos literarios y existen omisiones en las generaciones posteriores a Adán y Eva; su literalidad lleva a errores de bulto sobre el tiempo de existencia del hombre sobre la tierra. Sin embargo, aunque el Génesis no utiliza los métodos de la ciencia empírica, si tiene valor histórico y como tal debe tenerse[19]. El cómo interpretar el Génesis es algo que la razón nos orienta. La piedra de toque de nuestro acierto la tenemos en el Magisterio de la Iglesia. Más arriba hablé sobre ello[20].

Dice el Génesis: “Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas”[21].

Empieza el texto con un acto de fe, que no afecta a la forma “técnica” de cómo se creó el mundo; Dios crea los cielos y la tierra. Esta fórmula es compatible con la actual teoría de la formación del universo, que sólo pretende decir cómo se creó, omitiendo si lo creó “alguien”, pues no es ese el cometido de la ciencia empírica. Las reacciones físico-químicas primigenias que crearon el universo, no excluyen el que fueran alentadas por Dios. De hecho el texto sagrado dice que “el espíritu de Dios se cernía” sobre todo aquel conjunto de materia, es decir, Dios no era parte de las reacciones que se estaban sucediendo, sino que se cernía sobre ellas, las inspiraba. En química diríamos que Dios “catalizaba” el origen del mundo.

No nos dice el Génesis si ya había algo creado - ni que “algo” caso de haberlo - antes de que Dios crease el mundo, o en qué espacio o ámbito lo creó. La ciencia actual se acerca a conocer los procesos “materiales” concretos de ese aparente caos, pero sigue sin saber dónde “flota” el universo ni qué hay más allá de él. En realidad, no sabemos si nos lo dice el Génesis, sólo podemos decir que hasta hoy no lo hemos sabido interpretar, si es que hay algo más que interpretar. El estudio de la Biblia reverdeció con Santo Tomás de Aquino, que dio un nuevo enfoque a su estudio, hasta hoy. No sabemos que nos depara el futuro. De hecho, a medida que avanza la civilización, las Sagradas Escrituras van desvelando al hombre circunstancias que antes aparecían inéditas, como si fuera dosificando su contenido para desvelarlo a medida que el hombre está espiritualmente maduro para conocerlo. Sirva de ejemplo el Santo Sudario, arrinconado en un arcón, aunque conocido, durante medio milenio, para que de forma providencial apareciese en la escena pública cuando podía ser avalado por las más modernas técnicas de datación y análisis.

Las teorías modernas sobre el origen del universo están basadas en la teoría del “Big Bang” (“gran explosión”); según ello, toda la materia y energía estaban aglutinadas en un núcleo inicial, que tras una gran explosión se expande hasta hoy[22]. Tras esa explosión la materia y energía se expandieron y se formaron y se están formando los planetas y todas las estructuras que conocemos en el universo, ya en un proceso que
interesa a la ciencia empírica, puesto que la Iglesia “deja a la libre disputa de los especialistas,… muchas cosas que ni directa ni indirectamente se refieren a la fe o a las costumbres”[23]. Por cierto que la teoría del “Big Bang” que todos conocemos y que abrió la línea de investigación que sigue la ciencia hasta nuestros días, se debe al astrofísico y sacerdote católico Georges Lemaître (1894-1966).

No veo incompatibilidad entre la narración de que “la tierra estaba confusa y vacía” y la actual teoría del nacimiento del universo a partir de un núcleo inicial confuso de materia y energía. De hecho, por el propio contexto de la narración bíblica, nunca identifiqué “la tierra” con el “planeta tierra”, sino con la materia del universo. Quizás podemos interpretar que la tierra, nuestro planeta, estaba confuso en la masa inicial. En cualquier caso, no veo que esa narración del Génesis deba provocar una sonrisa benévola – en los católicos más emancipados - como si se tratara de un cuento de niños, ni la carcajada en el militante endomingado de la relicta “gauche divine” desaliñada. Es razonable que el autor del Génesis utilizara términos comprensibles y próximos para un pueblo nómada de hace tres mil quinientos años y aún así, es sorprendente lo verosímil de la narración en relación con las teorías actuales. Muchos pondrían pegas aunque el Génesis enunciara literalmente la teoría de la relatividad.

La ciencia moderna demuestra esas teorías del nacimiento y la evolución del universo – no olvidemos que son teorías – con cálculos matemáticos. Paradójicamente, los aspectos no resueltos los solventa pidiéndonos un ¡acto de fe!; más allá del universo y antes que él, no hay ni había nada, pues el espacio y el tiempo nacieron con el Big Bang y se expanden con el universo. El universo flota en el infinito. Nuestro cerebro no alcanza a conocer los conceptos de “espacio” y “tiempo” – tan sólo los sabe medir -, ni asimila la idea de “nada”. Tampoco la de “infinito”. La ciencia nos nombra con unas palabras incomprensibles los puntos que no puede explicar y nos pide que la creamos aunque no la entendamos. Intentemos imaginar esa situación previa al universo y lo que hay más allá de él. Cuando nos duela la cabeza lo podemos dejar; es perder el tiempo.

Dice el Génesis: “…Dijo Dios:”Haya luz”; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz, y la separó de las tinieblas; y a la luz llamó día, y a las tinieblas noche, y hubo tarde y mañana, día primero…”[24].

Luego Dios creó la luz. Según la ciencia, en el proceso de expansión del universo se formaron las estrellas y los planetas. Estrellas como el sol producen la luz que será luego necesaria para la formación y mantenimiento de la vida en los planetas. La luz apareció tras el caos inicial y previa a la vida. Las explicaciones del Génesis no son tremendamente precisas – ni tampoco nada disparatadas - pero ninguna otra cultura ha presentado textos con semejante antigüedad y - a la vez - tan precisos sobre el origen del universo. Probablemente esta génesis del universo fue incomprensible durante milenios a los lectores del texto sagrado, pero gracias al desarrollo de la ciencia empírica moderna, hoy la podemos entender y verla realista y factible. Es el momento de recordar que las teorías más moderna y aceptadas sobre el origen del universo se basan en la idea del Big Bang, debida a un astrofísico, sacerdote católico.

El escenario de la vida.

Dice el Génesis: “…Dijo luego Dios: “Haya firmamento en medio de las aguas, que separe unas de otras”: y así fue. E hizo Dios el firmamento, separando aguas de aguas, las que estaban debajo del firmamento de las que estaban sobre el firmamento. Y vio Dios ser bueno. Llamó Dios al firmamento cielo, y hubo tarde y mañana. Segundo día…”[25].

Luego Dios manda que se empiece a organizar el mundo, preparando el ambiente que hará posible el asentamiento de la vida. Quizás Dios ordena todo para que la vida nazca por azar – lo que es dudoso pues hoy sabemos que la probabilidad del azar fue prácticamente nula - pero lo que sí es cierto es que la vida surge tras una perfecta previsión del mecanismo que la hiciera aparecer, como muestra el hecho de que desde el principio, todo el proceso de la creación van dirigido a establecer un ambiente favorable a un determinado tipo de vida, el nuestro.

Dios separa las aguas de encima y de debajo del firmamento, del cielo. Los antiguos entenderían que el Génesis se refiere a las aguas de la tierra (mares, ríos, lagos…) de las del cielo, de la lluvia. Pero hoy sabemos que es muy pronto en el proceso, para hablar de las aguas en el sentido de ríos y lluvias en un planeta en formación. ¿A que podría referirse el Génesis?

No lo sabemos. Porque aún hoy no sabemos con certeza el origen del agua de los océanos. La tierra procede del enfriamiento de un magma. En ese ambiente de miles de grados, mal podría sobrevivir un agua que se vuelve vapor a sólo cien grados. El hecho de que al enfriarse la tierra apareciera agua, se debería a que el agua estaba contenida de alguna forma en las rocas. Aún así, el agua procedente de la deshidratación de las rocas no sería suficiente como para llenar las cuencas oceánicas. Recurrir a las lluvias no es un argumento, pues forman un “circuito cerrado” con las aguas del mar. En definitiva, que juzgar ese punto del Génesis con tan pocos argumentos como tenemos, parece un poco frívolo. El no creyente deberá reconocer que salvo la aparición de Dios en el argumento – que es un acto de fe, con evidencias rotundas para los corazones abiertos - todo lo demás no parece disparatado y poco tiene que discutir, pues carecemos de argumentos.

Dice el Génesis: “…Dijo luego: “Júntense en un lugar las aguas de debajo de los cielos, y aparezca lo seco”. Así se hizo; y se juntaron las aguas de debajo de los cielos en sus lugares y apareció lo seco; y a lo seco llamó Dios tierra, y a la reunión de las aguas, mares. Y vio Dios ser bueno…”[26].

Perdemos aquí la pista de las aguas de encima del firmamento y Dios organiza las de debajo. ¿Significa que el Génesis nos da datos de sucesos o situaciones que en futuro iremos entendiendo, a medida que la ciencia avance? No lo sé, pero a juzgar por lo riguroso del resto de la exposición, no deberíamos ser demasiado concluyentes juzgando a la negativa.

Ordena Dios que se “junten” en un lugar las aguas. El agua estaba dispersa, como hoy sabemos por las teorías que nos dicen que el agua formaba parte de las rocas, tal como vimos más arriba. Las rocas se deshidrataron y aportaron agua que se “juntaron” en las cuencas oceánicas, colaborando en la formación de los mares. Con ello aparecieron los continentes, lo seco. La carga literaria y poética del relato milenario no desfiguran la realidad a la que se va acercando la ciencia moderna. El relato del Génesis sigue sin ser fantasiosos ni disparatado, muy al contrario, acorde con lo que hoy sabemos.

Debo insistir, y lo haré de nuevo más adelante, que Dios se “cierne” sobre todo este proceso. Quien quiera desacreditar el relato imaginando a un señor con barba y una varita mágica dando toques creativos a una masa en ebullición, es un soberano tonto. La presentación retórica es la fórmula expositiva del autor inspirado para hacer comprender un proceso complejo a un pueblo pequeño e ignorante, es la parte poética del relato. Una mente libre y moderna no tiene duda en ver en el relato un proceso creativo coherente como conjunto y, a la vez, compatible con lo que la ciencia va descubriendo sobre el origen del universo. No podría se de otra forma.

Tercer día: Dios crea los seres vivos.

Dice el Génesis: “…Dijo luego: “Haga brotar la tierra hierva verde, hierva con semillas, y árboles frutales cada uno con su fruto, según su especie…”[27].

Es el tercer día. Una vez separadas aguas y tierra, aparecen las plantas. Es coherente con lo que conocemos. No matiza entre algas, líquenes,… Todas son fanerógamas, las que los oyentes conocían. Tampoco hay referencia temporal al tiempo que tardó Dios en crear las plantas, ya que la referencia del “día” es meramente pedagógica, por lo que es compatible con la creación en el tiempo de algas elementales, estructuras más complejas y al final, árboles frutales. No me escandaliza ni me lo tomo al pie de la letra. Ignoro incluso si se nos escapa algún matiz del relato. Sí me llama la atención que Dios crea cada vegetal “según su especie”. Algo significa que el autor matizase este punto, que en principio sería intrascendente si el futuro de esa creación fuera la evolución. Este es ya un punto de conflicto con las ideas del evolucionismo materialista actual, tan en boga y pretendidamente indiscutible. Las teorías creacionistas creen que cada especie fue creada y que luego pudieron variar – sin creación de órganos nuevos – por motivo de la adaptación, que no evolución. Las teorías evolucionistas teorizan que las especies actuales proceden de la evolución de especies más antiguas. Esto no está en absoluto demostrado y para desesperación de los evolucionistas, a medida que avanza la ciencia genética y paleontológica aparecen más “agujeros negros” – debidos a transformaciones imposibles y evoluciones indocumentadas - en la teoría de la evolución.

En este punto de discordancia debemos plantearnos quien tiene razón, el Génesis o el evolucionismo ateo. Vista la concordancia del Génesis con la ciencia del universo y con los rasgos fundamentales del origen de la vida – como hemos podido observar hasta ahora - y vistas las inmensas lagunas del evolucionismo, no cabe duda de que debemos dirigir nuestra opinión hacia el Génesis, pues nos debe merecer mayor crédito. Ahora bien, hará falta tiempo para que la ciencia descubra que hay realmente detrás de la exposición del Génesis, cuando nos dice que creó cada vegetal “según su especie”.

Dice el Génesis: “…Dijo luego Dios: “Haya en el firmamento de los cielos lumbreras para separar el día de la noche, y servir de señales a estaciones, días y años; y luzcan en el firmamento de los cielos, para alumbrar la tierra”. Y así fue…”[28].

Es el cuarto día. Crea Dios las estrella, el sol y la luna. Ya ha creado el día y la noche el día primero. El autor del texto no puede ignorar lo que ha escrito unas líneas antes, por lo que el cuarto día no debe ser una redundancia del primero. Interpreto, creo que sin demasiada fantasía, que el autor se refiere a que Dios crea primero un orden en el universo, con luz y sombras, con día y noche. Pero es un universo sin vida. Luego, al crear la vida – empezando por los vegetales, como ha concluido la ciencia moderna – se hace preciso un reordenamiento de esa sucesión de día y noche, de unos astros que “sirvan de señales”, lo que hasta ahora no era preciso. Además, al carecer de referencia temporal, ignoramos que pudo suceder en los planetas para justificar esta exposición. Es probable que con el tiempo alcancemos a interpretar que hay detrás de esta exposición, que hoy es incomprensible y parece que desentona con lo que conocemos del origen del universo. En cualquier caso esta laguna no rompe la coherencia intelectual del relato, sólo la acompleja y, desde luego no la hace disparatada, en todo caso desordenada.

Dice el Génesis: “…Dijo luego Dios: “Hiervan de animales las aguas y vuelen sobre la tierra las aves bajo el firmamento de los cielos”. Y así fue…”[29].

Es el quinto día. Dios crea animales de agua y a las aves. Las teorías evolucionistas coinciden en el inicio de la vida en el agua, pero luego colocan – sin demostrar y sin datos - los reptiles y de ellos evolucionan – está por demostrar - las aves. Tampoco en este punto me parece el Génesis un texto absurdo o incoherente. Al contrario, su contenido es asombrosamente parejo a las cuestiones demostradas por la ciencia moderna, y difiere de ella en aspectos que la ciencia todavía no ha demostrado y que parece complejo que lo llegue a hacer.

El relato matiza también en este quinto día que los seres fueron creados por Dios según su especie[30]. De nuevo el conflicto; ¿cada especie fue creada o han surgido unas de otras? Ya lo comentamos y no insistiré. Si tratáramos de un asunto del mundo, podríamos pensar en un término medio, en una solución con parte de los dos planteamientos. Pero no se trata de una negociación sindical y, vista la calidad del relato, de los dos elementos de “negociación”, el que menos garantías tiene hoy – incluso manteniendo al margen el tema teológico -, es el de la evolución.

En este punto, Dios da a los seres que pueblan la tierra – todavía no ha creado al hombre - una instrucción tajante: “…Y vio Dios ser bueno, y los bendijo, diciendo: “Procread y multiplicaos y henchid las aguas del mar, y multiplíquense sobre la tierra las aves”…”[31]. A veces no somos conscientes del profundo significado de la vida, hasta el punto de que la ciencia se conforma con definir la vida teniendo en cuenta cuestiones inmediatas como la respiración, la relación con el medio, el crecimiento,…

Todos esos factores físicos y químicos no determinan la vida, pero los poseen los seres vivos. El relator del Génesis da ya por formado el universo, la tierra, los mares y los espacios secos, las plantas, los peces y las aves. Todo está creado y es en este momento cuando bendice a los seres creados – peces u aves - con el privilegio del crecimiento y la descendencia, es el momento de la plenitud de a vida. Parece que hay un espacio temporal, no sabemos de que magnitud si segundos o siglos, en que los seres creados viven, pero sin esa bendición de Dios.

La instrucción de Dios, su bendición, implica algo más complejo y profundo que el mero proceso metabólico de vivir; el Génesis nos anuncia la creación del milagro de la vida en su sentido más amplio desde el punto de vista genético, ese milagro por el que unas células son capaces de reproducirse indefinidamente, sin agotarse, en una descendencia milenaria de padres a hijos. Esta capacidad de reproducción celular da sentido a que, cuando más adelante crea a un hombre y a una mujer, una sola pareja pueda engendrar una humanidad. Como los milagros de los panes y los peces, la vida es también un milagro por lo inagotable.

¿Están implícitas las plantas en aquella bendición? Las plantas viven pero el Génesis no las incluye en la bendición de Dios a los seres vivos. En otros lugares el autor ha alterado el orden de los sucesos sin dejar de afectar a las partes. ¿Es este caso? Hace tres mil quinientos años hubiera resultado chocante hablar de las plantas en los mismos términos que los peces y las aves, incluso hoy son un mundo incógnito. Quizás ese sea motivo del silencio del relato en relación a las plantas.

Dice el Génesis: “…Dijo luego Dios: “Brote la tierra seres animados según su especie, ganados, reptiles y bestias de la tierra según su especie” Y así fue. Hizo Dios todas las bestias de la tierra según su especie, los ganados según su especie y todos los reptiles de la tierra según su especie. Y vio Dios ser bueno…”[32].

Es el día sexto que, como veremos, no acaba aquí. La teoría de la evolución coloca a los mamíferos como la última etapa del proceso evolutivo, extremo en el que coincide con el Génesis. Sin embargo, coloca a los reptiles por delante de las aves, cuando en el Génesis lo relata al contrario. Bien es cierto que la teoría de la evolución no ha sabido justificar porqué no hay fósiles de transición entre los reptiles y los mamíferos y porqué los mamíferos aparecieron en tropel en un determinado momento de la historia geológica, como antes habían aparecido de sopetón los reptiles, o los peces,…dando la impresión grotesca de que los grupos zoológicos se ponen de acuerdo para dar el salto evolutivo al unísono, sin dejar rastro de un salto que debería haber durado millones de años. Los grandes cataclismos no justifican estos saltos evolutivos solidarios y menos, la falta de pruebas en los registros fósiles.

Y ahora, todavía en el sexto día, viene un episodio especialmente apasionante por lo que nos afecta, Dios crea al ser humano, cronológicamente un hombre y una mujer.

El origen del hombre.

Dice el Génesis: “…Díjose entonces Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobra las aves del cielo, sobre el ganado y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuanto animales se mueven sobre ella”. Y creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra; y los bendijo Dios diciéndoles: “Procread y multiplicaos, y henchid la tierra…”[33]

Como dice hoy la teoría evolucionista, el último ser en aparecer fue el hombre. Tal cómo señala el Génesis. La ciencia empírica no se ocupa de quién creo al hombre, para ello está el Génesis, sino de los sucesos que originaron su aparición. Es ese un asunto delicado que veremos a continuación.

Al igual que al resto de los seres creados, Dios hace nacer al hombre de la tierra: “…Modeló Yavé Dios al hombre de la arcilla…” [34], es decir, el origen de todos los seres creados es el mismo, la tierra. La ciencia está intentando descifrar las condiciones ambientales que hicieron posible la vida, asunto en el que el Génesis no entra, pues no es su ámbito. Al hablar de un origen común de todos los seres, nada aporta de nuevo el evolucionismo a la llana exposición del Génesis. Aunque si hemos ser honrados debemos decir que sí aporta algo nuevo el evolucionismo sobre el texto del Génesis; el evolucionismo aporta la opinión no documentada – al contrario, demostrada hoy imposible - de que de un solo ser evolucionaron todos los demás, mientras que el Génesis dice que el origen de todos los seres es común - la tierra -, pero que fueron creados según cada especie. Esto podemos creerlo o no, pero tiene a su favor que la ciencia moderna no ha podido encontrar un origen común de todas las especies, por lo que la hipótesis de especies diferentes, hasta hoy no tiene réplica. Aunque en última instancia, no es este asunto el crucial en la discusión sino el que, sea cual sea el origen de los seres, común o disperso, la vida les fue infundida por Dios. Si además la narración del Génesis describe, como parece, un proceso que en su fundamento técnico es verificado por la ciencia empírica, miel sobre hojuelas.

Al igual que al resto de los seres creados, Dios bendice al hombre instándole para que se multiplique y domine la tierra, es decir, le da la misma bendición que al resto de los seres, con el añadido de ser dominante. Esto supone una categoría biológica superior a la del resto de los seres. Pero lo que realmente diferencia al hombre del resto de los seres creados, es que Dios “…le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado…”[35]. Ese aliento de Dios a un ser hecho de la tierra a Su imagen y semejanza, ese “ser animado”, poseer alma, es la gran diferencia del hombre con el resto de la creación.

Esa inspiración y semejanza con Dios no es mensurable por la ciencia, por lo que ninguna teoría de la ciencia empírica puede medirla, aunque un espíritu atento puede contrastarla. Ahora bien, si la ciencia ha demostrado una diferencia esencial entre el hombre y las bestias, como dice el Génesis; si la ciencia reconoce un origen común de los seres creados, como dice el Génesis; si la ciencia observa que la secuencia de lo creado entona con la narración del libro sagrado, si la ciencia observa que está en la naturaleza atávica del hombre la conciencia de divinidad, ¿porqué tanta aversión al contenido del Génesis? ¿Qué tiene el Génesis que hasta a algunos eruditos católicos se les pone la risa floja cuando se le cita? El Génesis no pretende ser un libro científico, no pretende quitar el empleo a ningún académico ni sustituir a ningún acelerador de partículas; es tan sólo, ¡y nada menos!, que una fuente de revelación de la obra de Dios y como tal debería verse como una piedra de toque de la ciencia, no como una verdad hostil, sino como una Verdad final.

El Génesis, ¿realidad o metáfora?

Eso es lo que dice el Génesis sobre el origen del universo y el hombre. Creo que a cualquier lector objetivo, creyente o no creyente, le habrá quedado claro que no es adecuado tildar al Génesis de una fábula o de un escrito incoherente. Es una lástima que incluso oiga hablar del Génesis con displicencia paternalista a intelectuales católicos, como si se les tuviera que perdonar pertenecer a una Religión que tiene entre sus libros sagrados ese texto. Ningún cristiano puede ningunear el contenido espiritual del Génesis, ni tratarlo como un texto secundario; “…Jesús de Nazaret tuvo la pretensión de ser el auténtico heredero del Antiguo Testamento (de la «Escritura») y de darle la interpretación válida, interpretación ciertamente no a la manera de los maestros de la Ley, sino por la autoridad de su mismo Autor: «Enseñaba como quien tiene autoridad (divina), no como los maestros de la Ley» (Mc 1,22)… El Cuarto Evangelio expresa una perspectiva análoga: aquí Jesús atribuye a los escritos de Moisés una autoridad previa a la de sus propias palabras, cuando dice a sus adversarios: " Si no creéis en sus escritos, ¿cómo creeréis en mis palabras? " (Jn 5,47). En un Evangelio en el que Jesús afirma que sus palabras " son espíritu y son vida " (Jn 6,63), esta frase da a la Torá una importancia primordial…”[36].

Y digo al no creyente: Si el Génesis no fuera un texto cristiano, no me cabe duda de que esa sorprendente coincidencia de un relato de hace más de tres mil años, con los descubrimientos de la ciencia moderna, habría hecho del Génesis un libro muy celebrado por la progresía. ¿Cómo una parte de la sociedad que tanto adula los poco conocidos conocimientos astronómicos de las culturas precolombinas o los presuntos conocimientos de los druidas, desprecia el sorprendente contenido del Génesis sobre el origen del mundo, contratados por la ciencia moderna? Está claro que lo inaceptable del Génesis para esa cultura pseudo-intelectual, es la presencia de Dios, peor, la mera cita del Creador.

La Verdad del Génesis no es algo que sorprenda al cristiano, ya que el relato describe lo que Dios quiso que conociera el hombre sobre la creación, lo que debería ser una señal, un hito en el camino de la investigación científica. No se trata de que el Génesis deba coaccionar al investigador, sino que sea una referencia útil. El monje agustino Gregor Johann Mendel no estaba condicionado por el texto sagrado cuando descubrió las leyes de la herencia que revolucionaron el mundo científico, pero su mente libre y corazón abierto al conocimiento verdadero hicieron progresar la ciencia hacia la Verdad. Igual ocurrió con el astrofísico y sacerdote católico George Lemaître cuando postuló la teoría del Big Bang, que ha sido la base de las teorías modernas sobre el origen del universo; y con Carlos Linneo (1707-1778), cuando sentó las bases de la clasificación biológica moderna y defendió la obra del Creador; y con Isaac Newton (1643-1727), cuando desarrolló su capacidad científica llegando a ser considerado como el mayor científico de todos los siglos; y con el científico Nicolás Steno (1638-1686), obispo católico, cuando sorprendió a la ciencia con su visión sobre el origen de los fósiles… Dios ha estado siempre presente en el alma de los científicos que han revolucionado la ciencia. Dios no necesita a la ciencia, la ciencia a Dios sí. Así lo demuestra la historia de la humanidad.

La teoría evolucionista, de demostrarse cierta algún día aunque sea parcialmente, entonces como toda ciencia veraz no será incompatible con la existencia de Dios. Dios tiene cabida en toda Verdad, pues es la Verdad última. Dios “se cierne” sobre la ciencia, inspirándola. Es una cuestión de fe, pero bien es cierto que asumiendo esa Verdad la humanidad ha progresado técnica y espiritualmente. Por el contrario, no aceptando ese principio de fe, la ciencia se desorienta y el hombre marcha por derroteros que le llevan a ninguna parte. El materialismo ateo no ha llevado más que a utilizar la técnica y la ciencia como instrumentos contra la sociedad; una muestra de ello son las filosofías comunistas, cuya puesta en práctica provocó, y aún hoy sigue en ello, la mayor mortandad en la historia a manos de una ideología. O el materialismo capitalista que utilizó la energía nuclear para destruir vidas. La historia tiene constante ejemplo de lo estéril y efímero de una ciencia sin Dios.

Por último, la teoría evolucionista no es lo que pretende la sociedad materialista que la impulsa. Existen tantos eslabones perdidos, que lo que está perdida, desorientada, es la propia teoría. ¿Cómo se justifica que unas especies hayan evolucionado mucho y otra nada, en millones de años? ¿Cómo se justifica que en el inicio de la vida existieran ya organismos muy sofisticados, como los trilobites y la estructura de sus ojos - esta última que ha perdurado en los insectos hasta hoy, tal era su grado de perfección - sin que se tenga noticia de sus presuntos precursores? ¿Cómo puede justificarse que no existan registros fósiles de los seres que durante millones de años deberían haber sido la transición de las distintas especies? ¿Cómo es posible que lo que decimos de los animales – la falta de fósiles de esa transición - ocurra también con la evolución de hombre, habiéndose llegado a la astracanada de interpretar como seres humanos lo que eran evidentemente simios, y al contrario? No puedo dejar de citar brevemente una historia tristemente célebre, que no fue un hecho aislado pues el evolucionismo llevó aparejado en sus orígenes un racismo brutal: En plena euforia evolucionista, en 1905, se expuso en la Feria Mundial de San Luís y luego en el zoológico del Bronx, a un pigmeo de la etnia Batwa (Río Kasai, antiguo Congo Belga), llamado Ota Benga. Al pigmeo se le exponía junto a un orangután y se le presentaba como una prueba del “eslabón perdido” entre el mono y el hombre, una de las muchas piezas que los evolucionistas precisaban para hacer verosímil sus teorías. Ota Benga se suicidó a los 32 años.

La teoría de la evolución no es que exija fe en científicos obcecados en alcanzar un fin a cualquier precio, sino que exige tener unas tragaderas que sólo tienen los alelados por la magia de los medios. Y aún a pesar del tremendo peso mediático del evolucionismo ateo, los planteamientos del Génesis sobre el origen de la vida – considerados incluso solo en su aspecto “técnico” - tienen mayor soporte científico, a la luz de los conocimientos actuales, que los insolventes planteamientos evolucionistas. Pero en cualquier caso, no debemos tener la menor duda de que Dios esta siempre presente cuando la ciencia busca la Verdad, como vemos que viene ocurriendo desde que el mundo es mundo.


[1] “…Juanito se reunía con otros cachorros en la casa del chico de Tellería (Gustavito) y allí armaban grandes peloteras. Los temas más sutiles de Filosofía de la Historia y del Derecho, de Metafísica y de otras ciencias especulativas (pues aún no estaban de moda los estudios experimentales, ni el transformismo, ni Darwin, ni Haeckel) eran para ellos, lo que para otros el trompo o la cometa…”. PÉREZ GALDÓS, Benito. Fortunata y Jacinta (1886-1887).
[2] “…La Iglesia apoya la libertad de investigación, que es uno de los atributos más nobles del hombre. A través de la búsqueda, el hombre llega a la Verdad: uno de los nombres más hermosos que Dios se ha dado a sí mismo. Porque la Iglesia está convencida de que no puede haber contradicción real entre la ciencia y la fe, ya que toda realidad procede en última instancia de Dios creador…”. JUAN PABLO II. “Discurso del Papa Juan Pablo II a los representantes de las Reales Academias, del mundo de la Universidad, de la Investigación, de la Ciencia y de la Cultura de España”. Viaje Apostólico a España. Madrid, miércoles 3 de noviembre de 1982.
[3] El evolucionismo, teoría muy lejos de estar demostrada hoy y cada vez con más “vías de agua”, no tiene porqué excluir la existencia de Dios. Lo veremos más adelante, pues es uno de los temas centrales de estas líneas.
[4] “…En España la influencia de la teoría darvinista no se puede decir que fuera notable. Tanto los naturalistas y biólogos experimentales como los teóricos, no le hicieron mucho caso. El Origen de las especies no se tradujo al castellano hasta 1877,y aún eso, obligado por la fama de Darwin…” (F. NICOLAU. Teories evolucionistes i ciencia de l’evolució. “Col·lecció cultura i pensament”. Claret, 2003).
[5] Marx y Engels sólo conocieron esta obra de Darwin.
[6] “Marx and Engels, Letters”. Carta del 16 de diciembre de 1860.
[7] “Doctrina de las causas finales”, en el Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española.
[8] Marx-Engels Correspondence 1861. Marx to Ferdinand Lassalle in Berlin. London, 19 January, 1861.
[9] “La vida y la estructura van más allá de nuestros recursos amplificantes y de la potencia reveladora de nuestros métodos... En la ausencia de datos suficientes para formular una explicación racional... abstengámonos de imaginar hipótesis... de esta excesiva confianza en los recursos teóricos que para la resolución del supremo enigma de la vida pueden ofrecernos las ciencias auxiliares, adolecen casi todos los modernos creadores de teorías biológicas generales, aunque éstos tengan nombres tan justamente célebres como Herbert Spencer, Darwin, Haeckel, Heitzmann, Bütschli, Noegeli, Altmann, Weissmann, etc.... en lugar de abarcar con su mirada el horizonte entero de la Creación, sólo han logrado explorar un grano de arena perdido en la inmensidad de la playa...”. RAMÓN Y CAJAL, Santiago (premio Nobel de Fisiología o Medicina 1906). Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica. Discurso de ingreso en la Real Academia de Madrid. 1895.
[10] “… El presidente de la Fundación Miguel Castillejo y ex presidente de CajaSur, Miguel Castillejo, amigo del Nobel [Severo Ochoa, Premio Nobel de Fisiología o Medicina 1959], impartió una conferencia sobre la relación entre Severo Ochoa y Dios… Miguel Castillejo realizó una extraordinaria intervención en la que analizó la relación entre la ciencia y la fe para concluir con su experiencia personal con Severo Ochoa. De ésta, destacó los diálogos que mantenían ambos sobre los “planteamientos existenciales y espirituales”. Para Castillejo, Severo “fue un hombre que, sin hacer nunca confesión pública de la fe, proclamaba los valores de la fe en los demás, un hombre que evidenció plenariamente en su vida personal y familiar el respeto más acendrado por los sentimientos religiosos”. Organización Médica Colegial de España. Boletín digital del 28 de septiembre de 2008. http://www.cgcom.org/noticias/2005/12/05_12_05_severo_ochoa. (Consulta: Noviembre, 2008).
[11] PÍO XII. “Carta Encíclica Humani Generis”. Roma, 1950.
[12] "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Con estas palabras solemnes comienza la Sagrada Escritura…". Catecismo de la Iglesia Católica, 279.
[13] “…Testamenti Veteris: Quinque Moysis, id est Genesis, Exodus, Leviticus, Numeri, Deuteronomium…” (“…Del antiguo Testamento: cinco de Moisés, esto es el Génesis, etc”). Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II. Nova vulgata. Bibliorum Sacrorum Editio. Decretum de Canonicis Scripturis. Appendix.
[14] "…La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia…". Catecismo de la Iglesia Católica, 105.
[15] “…Ninguna verdad, que la mente humana hubiese descubierto mediante una sincera investigación, puede estar en contradicción con otra verdad ya alcanzada, porque Dios la suma Verdad, creó y rige la humana inteligencia no para que cada día oponga nuevas verdades a las ya realmente adquiridas, sino para que, apartados los errores que tal vez se hayan introducido, vaya añadiendo verdades a verdades de un modo tan ordenado y orgánico como el que aparece en la constitución misma de la naturaleza de las cosas, de donde se extrae la verdad…”. PÍO XII. Op. Cit.
[16] S. AGUSTÍN. Confesiones, XI, 2, 3.
[17] Pontificia Comisión Bíblica. El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana. Ciudad del Vaticano, 2002. La Presentación del documento viene fechada y firmada: “Roma, en la fiesta de la Ascensión de Cristo, 2001 Joseph Cardenal Ratzinger”.
[18] - “…Permitid que, en este punto, aporte un texto bíblico. Ciertamente, no tiene valor desde el punto de vista de los principios y métodos de la ciencia empírica. Posee, sin embargo, una importancia simbólica… Pienso que el texto del libro del Génesis…”. JUAN PABLO II. Discurso del Santo Padre Juan Pablo II al mundo de la cultura en la universidad católica de Dublín. Martes 9 de junio de 1987.
- “…de estilo folklórico, antropomórfico y poético…” Nota a Gén 2. Sagrada Biblia (Trad. Eloino Nacar y Alberto Colunga). Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1984.
- “…La fe de Israel en el Dios creador encontró su máxima expresión literaria en el gran poema de la creación, que ahora figura al comienzo de la Biblia…”. Base documental de Catholic.net. http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=231 (Consulta: Septiembre, 2008).
[19] “…los once primeros capítulos del Génesis, aunque propiamente no concuerdan con el método histórico usado por los eximios historiadores grecolatinos y modernos, no obstante pertenecen al género histórico en un sentido verdadero, que los exegetas han de investigar y precisar; los mismos capítulos… , con estilo sencillo y figurado, acomodado a la mente de un pueblo poco culto, contienen ya las verdades principales y fundamentales en que se apoya nuestra propia salvación, ya también una descripción popular del origen del género humano y del pueblo escogido...”. PÍO XII. Op. Cit.
[20] “…Todos conocen bien cuánto estima la Iglesia el valor de la humana razón, cuyo oficio es demostrar con certeza la existencia de un solo Dios personal… Pero este oficio sólo será cumplido bien y seguramente, cuando la razón esté convenientemente cultivada…”. PÍO XII. Op. Cit.
[21] Gén 1, 1-2. La versión utilizada es; Sagrada Biblia (traducción de E. Nacar y A. Colunga). Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Madrid, 1986.
[22] Actualmente se estima la edad del universo es de unos 14.000 millones de años. Esta edad es una estimación teórica sujeta a discusión. El astrónomo estadounidense Hubble (1889-1953) confirmó en 1929 que el universo se expandía, verificando la teoría de la relatividad (1915,1916) de Einstein (1879-1955) y la teoría del Big Bang.
[23] PÍO XII. Op. Cit.
[24] Gén 1, 3-5.
[25] Gén 1, 6-8.
[26] Gén 1, 9-10.
[27] Gén 1, 11.
[28] Gén 1, 14-15.
[29] Gén 1, 20.
[30] Gén 1, 21.
[31] Gén 1, 22.
[32] Gén 1, 24-25.
[33] Gén 1, 26-28.
[34] Gén 2, 7.
[35] Gén 2, 7.
[36] Pontificia Comisión Bíblica. Op. Cit.